OPINIÓN: La ciudad que olvidó su alma

Señor director:
Mi madre solía decir que las calles del centro eran el corazón de San Felipe. No lo decía con nostalgia vacía, sino con la tristeza genuina de quien ve desdibujarse los lugares que alguna vez dieron identidad a esta ciudad. Hoy, caminar por esas mismas calles no es recordar, es constatar una pérdida.
Donde antes había vitrinas cuidadas, cafeterías familiares y negocios con historia, hoy predominan los letreros fosforescentes, las cadenas de comida rápida con nombres mal traducidos al inglés y locales que venden productos desechables, sin relación alguna con la vida local. Lugares que antes nos acogían con confianza —la panadería italiana, la tienda Ítalo Vinotti, el cine de Traslaviña— han sido reemplazados por comercios impersonales, repetidos, sin memoria.
Algunas calles como Traslaviña se han convertido en una secuencia absurda de locales clonados: “Los Muñoz I, II y Premium”. La calle Coimas, que alguna vez fue un paseo, hoy es solo un canal de tránsito. Nadie se detiene, nadie mira. Las vitrinas ya no invitan, gritan.
Más que una transformación inevitable por el paso del tiempo, lo que vemos es una renuncia progresiva a lo propio. San Felipe dejó de mirarse a sí misma para imitar mal lo que ve en la capital. En ese proceso, los almacenes que fiaban, las carnicerías conocidas por nombre, fueron reemplazados por lo desechable, lo barato y lo ruidoso.
Frente a este escenario, la sensación no es solo de pérdida, sino de desarraigo. Perder el alma de la ciudad es un costo demasiado alto para cualquier proceso de modernización.
Afortunadamente, aún quedan vestigios. Los helados Olguín, por ejemplo, siguen atrayendo a quienes buscan algo auténtico, algo que todavía sabe a valle. Allí se hace fila no solo por el sabor, sino porque cada cucharada parece contener un pedazo de historia.
San Felipe no necesitaba convertirse en una mala copia de Santiago para avanzar. Podía crecer desde su raíz, desde su identidad, desde su gente. Otros lugares lo han hecho. Aquí, en cambio, la memoria se fue silenciando bajo luces LED y parlantes que anuncian “todo a luca en los chinos”.
Recuperar el alma de una ciudad no es tarea sencilla, pero es urgente comenzar a actuar para que el centro recupere la esencia que una vez tuvo. Recordar es volver a pasar por el corazón. Al recorrer nuestras calles, esa conexión se ha perdido, y con ella, la identidad de San Felipe.
Catalina Varela González
Estudiante de periodismo PUCV